Para muchos, casi 200 años después del genial desciframiento de la escritura jeroglífica por Jean-François Champollion, este sistema de escritura es todavía considerado misterioso, una serie de signos que ocultan verdades universales sólo accesibles a unos pocos iniciados. Mientras que cualquiera que haya estudiado, aunque sea de forma introductoria, lengua egipcia antigua sabe que la escritura jeroglífica no es más que un sistema de escritura para poner por escrito una lengua, ¿de dónde procede esta visión de la escritura jeroglífica? Y lo que es más importante, ¿hay algo de cierto en ella?
Esta visión de la escritura jeroglífica existió en Europa desde la Edad Media, y especialmente el Renacimiento, en que muchas obras del pasado grecorromano se redescubrieron, poniendo ‘de moda’ ciertos aspectos del Egipto antiguo, entre ellos los enigmáticos jeroglíficos. Entre estas obras se encontraba la llamada Hieroglyphika (“Jeroglíficos”) de Horapollo, hallada en 1419 en la isla griega de Andros por el viajero florentino Cristóforo Buondelmonti. El manuscrito llegó a Florencia en 1422, y fue impreso en griego por primera vez en 1505 por la imprenta de Aldo en Venecia, y traducido al latín y publicado en 1515. Esto hizo que el estudio de los jeroglíficos y la concepción de los mismos reflejada en este libro se popularizase, hasta el punto de que durante el Renacimiento se comenzaron a crear inscripciones jeroglíficas ficticias para decorar monumentos. En la introducción de Hieroglyphika se indica que la obra fue escrita en lengua egipcia originalmente por Horapollo de Nilópolis, probablemente un sacerdote egipcio del s. V d. C. La obra consta de dos libros, de 70 y 119 capítulos, cada uno de los cuales trata sobre un signo, proporcionando una interpretación alegórica del mismo. Pese a que un importante número de los significados que proporciona son correctos, la forma en que estos significados son derivados, siempre de forma alegórica según Horapollo, no es correcta según nuestro conocimiento actual del sistema jeroglífico.
Los autores griegos, ya desde Heródoto, se interesaron por la escritura jeroglífica, pero ninguno de ellos profundizó realmente en su estudio (algo que no ha de sorprendernos, ya que en la segunda mitad del primer milenio a. C., y especialmente durante el periodo grecorromano, sólo un grupo selecto de sacerdotes egipcios dominaba esta escritura). Las descripciones que encontramos en estos autores, con distinto grado de detalle, no entran, no obstante, en demasiados detalles. Una barrera que no pudieron cruzar fue la estrecha vinculación que existe entre la escritura jeroglífica y la lengua egipcia, por lo que sin un conocimiento de la segunda es imposible entender el funcionamiento de la primera. Su carácter iconográfico llevó invariablemente a la conclusión de que se trataba de símbolos, cada uno de ellos con un valor alegórico y no fonético. Existen algunas excepciones, y en el Filebo de Platón, cuando describe la creación de las “letras” (γράμματα) por Thoth, se habla de elementos fonéticos. Clemente de Alejandría, en el s. II d. C., sugiere también la existencia de signos fonéticos, pero habla también sobre el valor mitológico y metafórico de los jeroglíficos, como lo había hecho Plutarco en su De Isis y Osiris.
Edición de la obra Hieroglyphika de Horapollo con el texto en griego y latín, impresa en Roma en 1599 bajo el título de Hori Apollinis selecta hieroglyphica. Imagines vero cum priuilegio. Actualmente se conserva en la biblioteca del Museo de Brooklyn [Fuente: https://www.brooklynmuseum.org/opencollection/archives/image/39851] |
¿Vinieron todas estas ideas, perpetuadas en Europa hasta el desciframiento de Champollion, de una concepción errónea de la escritura jeroglífica por parte de los autores grecorromanos? Es importante, cuando utilizamos fuentes grecolatinas para entender el Egipto antiguo, que las estudiemos dentro de su contexto, y del contexto del Egipto del periodo en el que fueron escritas. En numerosos artículos podemos encontrar un uso irreflexivo de fuentes como Heródoto y Diodoro para tratar aspectos del Egipto de, por ejemplo, el Reino Antiguo, sin atender a que el primero escribió durante el s. V a. C., y por tanto el Egipto que conoció fue el de ese periodo, y lo mismo ocurre con Diodoro, que además de utilizar los datos de Heródoto, incorpora elementos propios de su época, el s. I a. C. Así pues, si desconocemos cuál era la concepción que existía en Egipto de su propia historia en ese momento (y para esto tenemos que acudir a las fuentes demóticas), o de la escritura jeroglífica, como es el caso que nos ocupa, difícilmente podremos evaluar la veracidad de lo que dicen estos autores, y los tacharemos simplemente de inventar cosas, o de haber sido engañados por los sacerdotes egipcios. Un buen historiador no puede aceptar un análisis tan simplista [espero volver sobre este tema en futuros artículos aquí, si os resulta interesante].
Volviendo a la escritura jeroglífica, lo cierto es que la descripción de la misma por parte de estos autores griegos como metafórica y mitológica en realidad refleja una forma particular de la escritura jeroglífica que se desarrolló ya en el Reino Antiguo, pero que tuvo su primer auge en el Reino Nuevo, y sobre todo durante la Época Tardía, y el Periodo Grecorromano, durante el que alcanzó cotas altísimas de complejidad. Esta forma de la escritura jeroglífica ha sido catalogada como “criptografía”, y consistía en la obtención de nuevos valores para los signos basados en distintas técnicas, como la selección en signos que representan varios fonemas de únicamente uno de ellos, generalmente el primero (acrofonía), o la sustitución de un signo común por otro que representa otra versión del mismo objeto, por otro vinculado a él por algún motivo mitológico, o por otro cuyo valor fonético es el mismo. También se recurrió a la fusión de varios signos para componer otros nuevos combinando sus valores. Así pues, un texto podía contener varias interpretaciones al mismo tiempo. Esto, que parece complicado, quedará más claro si vemos un bonito ejemplo procedente del llamado Libro de Nut, un tratado cosmográfico sobre el movimiento del sol, la luna, y otros cuerpos celestes, desde una perspectiva mitológica. Este texto aparece por primera vez en el Osireion de Abydos de Seti I, por tanto en el Reino Nuevo, y fue copiado parcialmente en la tumba de Ramsés IV en el Valle de los Reyes. Conservamos copias del texto también en papiros hieráticos y demóticos de época romana. La datación original de la composición ha sido objeto de debate, y mientras que algunos consideran que se puede remontar al Reino Antiguo, otros indican que no puede ser anterior al Reino Medio.
Pero antes un poco de mitología. Nut era la diosa egipcia del cielo, representada generalmente como una mujer arqueada sobre la tierra, con su cuerpo cubierto de estrellas. Es una de las diosas más antiguas del panteón egipcio, y aparece ya en los Textos de las Pirámides incorporada a la Enéada Heliopolitana. En ella su papel principal es como madre de Osiris, Isis, Seth, y Nefthys. En asociación a este papel de madre aparece descrita en los Textos de las Pirámides como una gran vaca celeste, que amamanta al rey, representación que perdurará hasta la época grecorromana, como podemos ver en el templo de Dendera, en que es asociada a la diosa Hathor. Como madre, ejerce la protección de sus hijos, y en particular de su hijo Osiris cuando éste fue atacado por Seth. En el encantamiento 427 de los Textos de las Pirámides leemos una recitación para que Nut proteja a su hijo Osiris, en este caso encarnado en el rey, y lo coloque en su cuerpo como estrella imperecedera. Esta idea de entrar en el cuerpo de la diosa Nut aparece también en la teología solar, en la que el sol es tragado por la diosa Nut al atardecer, y renace cada amanecer del cuerpo de la diosa. La combinación de estas dos ideas, osiríaca y solar, que ocurrió principalmente durante el Reino Nuevo, dio lugar a la imagen de la diosa Nut como cerda que devora a sus lechones, que podemos ver en algunos amuletos. Los egipcios se dieron cuenta de que en situaciones de peligro, las madres podían devorar sus propios lechones, y asociaron este comportamiento a la teología de la diosa Nut.
Esto nos ayuda a comprender una de las frases que aparecen en el Libro de Nut. El texto jeroglífico es el siguiente:
En él vemos la partícula i͗w seguida de un cerdo (signo E12 de Gardiner), el buitre (signo G14), y una estrella seguida del trazo ideográfico (signo N14+Z1). ¿Cómo hemos de interpretar esta frase? Los que sepáis lengua egipcia os habréis dado cuenta de que se trata de un texto peculiar. En este caso, hemos de acudir al valor fonético del signo del cerdo, šꜣi͗, y del buitre, mw.t, y tomar de cada uno de ellos el primer fonema, con lo que tenemos šm, el verbo “ir”. La estrella ha de leerse según su valor normal, sbꜣ, “estrella”. Así pues, la frase se traduce como “una estrella va”.
¿Es esto todo lo que podemos leer en esta frase? No, los escribas que compusieron el texto escogieron los signos de forma muy precisa. Existen muchos otros signos que contienen los fonemas š y m, y el signo del cerdo no es excesivamente común. Tengamos en cuenta que el contexto de la frase es una composición que trata sobre la concepción egipcia del firmamento, que aparece inscrita en algunas de sus atestiguaciones junto a la gran figura de la diosa Nut arqueada sobre el cielo. La selección de los signos no es casual, sino que en paralelo al significado del texto a partir de la lectura fonética del mismo, nos ofrece otro nivel de significado, en este caso visual (o metafórico y mitológico, como decían los autores griegos), en el que tenemos el signo del cerdo, y el buitre, cuyo significado es “madre”. Así pues, tenemos aquí una alusión a Nut como madre en forma de cerda, que devora sus lechones, en este caso las estrellas.
En conclusión, cuando analizamos lo que los autores grecolatinos nos dicen sobre la escritura jeroglífica, o lo que Horapollo describe en su Hieroglyphika, hemos de tener en cuenta que en época romana la escritura jeroglífica había quedado limitada únicamente al ámbito de los templos, y era conocida por un porcentaje muy reducido del sacerdocio egipcio, que empleaba el demótico como escritura normal para documentos, textos literarios, e incluso composiciones funerarias y religiosas en época romana, y el hierático (que debe su nombre a que era una escritura en este momento únicamente sacerdotal, limitada a textos religiosos y funerarios). Las inscripciones de los templos egipcios de época grecorromana (los que se suelen visitar en los viajes a Egipto: Edfu, Dendera, Esna, Philae, entre otros) están escritas en lo que llamamos “jeroglíficos ptolemaicos”, que siguen los principios de la escritura “criptográfica” o “enigmática” que he explicado arriba. Así pues, no resulta sorprendente que los viajeros griegos y romanos, pero también autores como Horapollo, describiesen la escritura jeroglífica como mitológica y metafórica, ya que, de algún modo, lo era.
Para saber más:
DARNELL, J. C. (2004): The Enigmatic Netherworld Books of the Solar-Osirian Unity. Cryptographic Compositions in the Tombs of Tutankhamen, Ramesses VI and Ramesses IX, Friburgo: Academic Press Fribourg. Vandenhoeck & Ruprecht Göttingen.
HORNUNG, E. (2001): The Secret Lore of Egypt. Its Impact on the West, Ithaca y Londres: Cornell University Press.
IVERSEN, E. (1961): The Myth of Egypt and its Hieroglyphs in European Tradition, Princeton: Princeton University Press.
Muy, pero muy interesante. Gracias por publicar este gran artículo.
ReplyDeleteDe aceurdo con esta página http://www.touregypt.net/featurestories/pigs.htm, la cerda que presentas está en el museo egipcio de Berlin.
ReplyDelete¡Muchas gracias, David!
DeleteMuy interesante artículo, gracias por compartirlo. Te comento que encontré dos imágenes de amuletos de cerdas, publicados en el libro "Amulets of Ancient Egypt" de Carol Andrews, mismas que me gustaría compartirte (si es que no las tienes ya), si son de tu interés dime como te envío la foto.
ReplyDeleteTengo el libro en mi biblioteca personal, es un libro básico para el estudio de los amuletos egipcios. Este tipo de amuletos no es raro, puedes encontrar ejemplos en prácticamente todas las colecciones egipcias. Mi pregunta era sobre la localización del que enseño en el artículo en concreto, que es interesante por el texto que tiene escrito. ¡Un saludo!
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